Érase una noche ardiente, de un año cambiante, de un día expectante, de una vida errante. La existencia dispuesta a sorprender y el destino a reírse una vez más de la ingenuidad de la fragilidad. Una rosa de un día extraño, tras encuentros vacíos, silencios extenuantes, insidia y esperas comunes. Momentos de emoción. Una canción, el deseo de oír sonar algo que haga vibrar el corazón. Las jinetas negras del Apocalipsis lésbico de la ciudad de amor y odio llena. Sombras y cuerpos candentes, condescendientes, absortos y vehementes. Qué querrá de mi la existencia, que me trae tantas flores, cuando siembro hierba. Qué querrás de mi río erosionar, para que salga hiedra. Sólo el instante sempiterno, la paz y la paciencia. Yo ardiendo en el fuego eterno y tu bailando en la hoguera. Las lobas aullando a una luna desierta, mis venas tiritando de impaciencia. No seré yo quien desate mis bridas y desboque mi yegua. Si es el viento, brisa marina, que enneblina las calles de calor de otoño, de vaho ...